Familia de Lera, por Javier Montoya (Satur Montoya)

Escrito por Juantxu Martínez el .

Familia de Lera en Laguardia y en Lanciego

En los pueblos al sur de la Sierra (de Toloño) se solían contar numerosas “historias” en torno al brasero de la mesa camilla, en los trabajos familiares del desniete o en situaciones semejantes. Incluso algunas adquirieron la categoría de leyendas.

Así, en Lanciego, se nos contaba que, a principios del siglo XX, hubo un médico, muy querido por sus pacientes, que se involucró tanto cuando vino una epidemia de gripe que murió a causa de ella. Antes, un hijo pequeño  suyo había fallecido a causa de la coz que le propinó una “caballería” (caballo o macho). Vivían en la calle de la Alarilla, en la casa de la Paterna. Y efectivamente, parece que todo esto ocurrió, ya que, al citarle, hace unos meses, estos hechos a Asun, la centenaria del pueblo, nos los relató con detalle.

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La viuda y los hijos de aquel médico se quedaron en una situación económica muy precaria y tuvieron que acudir a  sus familiares en busca de ayuda. Uno de los hijos, muy “listo” en opinión de la gente del pueblo, estaba en el Seminario de Vitoria cuando ocurrió la muerte de su padre. Al cabo de un tiempo se “salió” y abandonó la carrera eclesiástica, siendo ya adolescente. De niño había ido a la escuela del pueblo y había jugado con los demás niños en el frontón de la iglesia, por las calles, por las huertas…, uniéndose a las travesuras de los demás.

Hacia el año 1968, en el verano, se presentó en Lanciego un señor muy jovial  acompañado de su mujer y de alguno de sus hijos. Estuvo visitando el pueblo, la iglesia, la sacristía. Al marcharse, don Serapio, el cura, nos dijo que aquel señor tan animoso era escritor, uno de los más famosos del momento, autor de un libro que había ganado nada menos que el premio Planeta de novela y del que se estaban haciendo numerosas ediciones, porque se estaba vendiendo muchísimo, más que ningún otro. También nos enteramos de que el escritor había pasado parte de su niñez y de su adolescencia en nuestro pueblo. El libro era Las últimas banderas. El escritor, Ángel María de Lera. Su padre, el médico Ángel (Julio) de Lera Buesa, el que murió por la epidemia de gripe. Su abuelo, don Hermenegildo de Lera, famoso farmacéutico de Laguardia. Su tía, María de Lera Buesa.

Todos estos recuerdos han surgido al conocer la exposición que la Sociedad de Amigos de Laguardia, con la colaboración de Susana Koska,  ha organizado en torno a la figura de María de Lera y Buesa con el título de Historia de una maestra de Laguardia.

Como se recoge en la exposición, María abrió en 1935 una escuela católica para niñas con la ayuda de las “fuerzas vivas” de Laguardia con el fin de que se impartiese religión católica en el centro de enseñanza, algo prohibido en el resto de las escuelas, que, con la llegada de la república, oficialmente eran laicas. Al finalizar la guerra civil, pasó como maestra a las escuelas nacionales construidas por su pariente lejano Victor Tapia Buesa, acaudalado industrial de Laguardia que se enriqueció con sus fábrica de jabones (Chimbo) y que llegó a ser presidente del banco de Vizcaya. Se llevaba a cabo una educación  muy tradicional, dándose  gran importancia a la formación católica como centro de la enseñanza.

En la biografía del escritor Ángel María de Lera, casi una autografía porque, según el autor, Ramón Hernández, ha sido escrita a partir de lo narrado de viva voz, aparece una descripción de su abuelo don Hermenegildo, el farmacéutico de Laguardia: “su barba blanca, su carácter austero, sus negras vestimentas y su voz pausada y grave”, “hombre anclado en el siglo XVII, anacrónico y bienintencionado”. En el museo Lagum de Laguardia se conservan utensilios de la antigua farmacia de los Lera. Aunque vivía con sus padres en Lanciego, en los veranos iba con frecuencia a casa de su abuelo. Éste trataba de encaminarle a la vida religiosa, al sacedocio, influyéndole con sus ideas conservadoras. Y consiguió su propósito, ya que a los 12 años el nieto ingresó en el Seminario de Vitoria.  

El padre, Ángel Julio de Lera Buesa, fue un médico rural. Según  la biografía escrita por Ramón Hernández, era “un hombre de estatura media, musculoso, moreno, ágil de mente y de cuerpo”, de ojos y pelo negro. De ideología liberal moderada, un idealista, médico vocacional “entregado en cuerpo y alma a su profesión”. Se casó con María Cristina García Delgado. Sus comienzos como médico no fueron fáciles, con numerosos traslados de un lugar a otro en busca de un lugar donde asentarse. En Baides (Guadalajara) nació su hijo Ángel María. Luego, se marchará solo a Canarias dejando a la familia en casa de la madre de la mujer. Más tarde se instalarán en Membrilla (Ciudad Real) y en Los Cortijos de Fuente del Fresno, hasta asentarse en 1920 en Lanciego, cerca de su familia de Laguardia. En 1927 murió a causa de la epidemia de gripe que con tanta dedicación había combatido. La familia quedó en situación de ruina económica y tuvieron que ser socorridos por sus familiares. Su figura nos hace recordar a otro médico con raíces en Lanciego por parte de su madre: Isaac Puente Amestoy, médico de Maestu, anarquista, naturalista, fusilado durante el período de la guerra civil.

Tras la trágica muerte de su padre , a los 18 años, en 1930, abandonó el seminario y se fue a vivir a La Línea de la Concepción (Cadiz), donde a su madre le habían concedido una administración de lotería debido a su situación de viuda de un médico que había muerto en el cumplimiento modélico de su tarea de cuidar a los enfermos de manera entregada. 

Ya durante su estancia en el seminario comenzó su afición por la escritura: poesías y alguna obra de teatro. Pero es ahora, en Andalucía, cuando empieza a desarrollar plenamente su faceta de escritor en revistas y periódicos de tendencia anarco-sindicalista. Luego vendrá la guerra civil, su frenética actividad como comisario de guerra, la condena a muerte, la conmutación por la cadena perpetua, la libertad en 1947, la búsqueda desesperada de ganarse la vida con variados trabajos de subsistencia…hasta que en 1957 aparece su novela Los olvidados. En 1958 publica uno de sus grandes éxitos literarios: Los clarines del miedo. No sé si volvió más veces a Lanciego después de su visita en 1968-69. Lo que sí pude constatar, por experiencia personal en una de las firmas de una de sus novelas,  es que guardaba un recuerdo vivo y alegre del pueblo por el que había correteado en su años de niñez y primera juventud.

Hay dos hechos subrayables en su biografía. En primer lugar, cuando en 1939 es condenado a muerte, su hermana Adelaida acude a Laguardia y a Vitoria para pedir ayuda a sus familiares encuadrados en el bando de los que habían ganado la guerra, entre los que se encontraba Víctor Tapia, pero no obtiene ningún resultado positivo. El segundo hecho  es que, tras casarse en septiembre de 1950 con María Luisa Menés, el viaje de novios es a Logroño en un tren destartalado. Quizás no sea muy aventurado imaginar que los recuerdos de su infancia y la presencia de sus familiares tuvieron algo que ver. Y uno de estos familiares pudo ser, María de Lera Buesa, su tía, la maestra que educaba a la niñas como exigían las ideas predominante del momento histórico en la escuelas de Víctor Tapia en Laguardia.

La obra literaria de Lera es bastante extensa: una veintena de novelas, una biografía (Ángel Pestaña), además de ensayos, abundantes artículos y reportajes periodísticos…. Fue un escritor de un gran éxito en la década de los 60.( “Las últimas banderas” alcanzó 12 ediciones solo en 1968; hasta superar las cincuenta   en los años posteriores). A veces se le ha acusado de no ser una gran “literato” y de rehuir el esteticismo literario. En realidad, busca sobre todo la eficacia del relato con abundantes diálogos que sirven para describir a los personajes. Su estilo es directo, sin grandes complicaciones, Se le lee bien. Incluso enn ocasiones criticó los excesos estéticos de algunos literatos encerrados en su “torre de marfil”. Aunque se le encuadra dentro del realismo de posguerra, no rehúye las nuevas técnica narrativas  puestas de moda, entre otros, por Martín-Santos en “Tiempo de silencio”: perspectivismo temporal y narrativo, monólogo interior…Es un autor comprometido con sus ideas  que trata de reflejar los problemas de la sociedad en la que vive, de forma crítica , a veces, no muy optimista. “¡Hay que ver qué cosa es la vida”, “ “Era un pasillo largo y oscuro” (El final de  “Los clarines del miedo” y “Las últimas banderas”)

“Los clarines del miedo” fue la novela que le abrió el camino del éxito en el mundo literario. En la obra daba una visión nueva, humana y crítica del mundo de los toreros que comenzaban. Al mismo tiempo se retrata el mudo rural con sus moscas, su calor tórrido de verano, y con sus prejuicios sociales. Todavía es una obra  que conserva,  60 años después, la sensación de actualidad y frescura. Cuando la leí por primera vez, hace muchos años, personalmente tenía vivo y presente el recuerdo de aquella moda que hubo en los años setenta de marcharse de casa a la aventura para hacerse torero. Era los famosos maletillas que trataban de emular las “hazañas” de El Cordobés. En el caso de Lanciego, alrededor de media docena de jóvenes se fueron hacia las dehesas de Salamanca en busca de su oportunidad en el mundo delos toros. Todos volvieron a los pocos días. Era una época en que la retransmisión de las corridas  por televisión hacia que el “café” se llenase y los hombres dejasen por unas horas las tareas agrícolas.

“Las últimas banderas” fue la novela que más fama le dio a Ángel María de Lera. A casi todo el mundo sorprendió que en pleno franquismo la censura permitiese dar una visión del “otro bando” por parte de un combatiente significativo, de un comisario de guerra. Fue un éxito editorial grandísimo. Es una obra con fuertes rasgos autobiográficos, en la que Federico viene a ser un trasunto del mismo Lera. Sobre el mismo tema de la guerra civil, bastantes años antes, un autor muy relacionado con Lanciego, Agustín de Fosa, conde de Foxá y marqués de Armendáriz, dueño del palacio y de numerosas viñas y tierras en la localidad, había novelado en la tercera parte de su obra “Madrid, de corte  a checa” la vida en Madrid durante la guerra. Coinciden el lugar y el suceso. No coinciden exactamente en cuanto al tiempo ni, mucho menos, en lo referente a la visión y narración del conflicto: Foxá, desde el punto de vista falangista y de los sublevados; Lera, desde la situación del lado republicano. En la actualidad, para leer “La últimas banderas” conviene repasar un poco de antemano los últimos sucesos históricos  de la guerra en Madrid, ya que aquellos hechos nos pueden resultar un poco lejanos.

Sin duda, los Lera han estado presentes durante el último siglo en la vida de Laguardia y de Lanciego. En la actualidad, la botica de don  Hermenegildo sigue bien guardada y protegida por la Sociedad de Amigos de Laguardia (Lagum). El recuerdo de su hijo, D. Ángel, aquel médico bueno que murió por salvar a los demás de la terrible gripe, sigue en el recuerdo de la centenaria de Lanciego y de algunas otras personas mayores. Los trabajos escolares de las alumnas “bien aleccionadas” de su hija María de Lera se exponen y se pueden todavía analizar en el museo de Laguardia. En la biblioteca municipal de Lanciego, según el fichero, se conservan tres novelas de Ángel María de Lera: Los olvidados, Las últimas banderas y La noche sin ribera. Me consta que en algunos domicilios se guardan con cuidado y orgullo algunos ejemplares más, que incluso a veces se releen.

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Satur Montoya